Albornoz Peralta, Oswaldo
Nace en la ciudad de Cuenca el 8 de mayo de 1920. Crece en un ambiente propicio para que más tarde escribir se convierta en inclinación natural. A su padre, Víctor Manuel Albornoz –poeta, periodista e historiador que llegó a ser declarado cronista vitalicio de su ciudad– lo tenía en su recuerdo armando sobre una gran mesa La Crónica, periódico del cual fue su director propietario de 1923 a1930.
Luego su traslado a Quito a la edad de 10 años, a la casa del abuelo materno, otra personalidad fuerte que le marcó para toda la vida, el ideólogo de la revolución liberal, el brazo derecho de Alfaro: José Peralta, ese personaje que quienes lo admiran lo llaman titán, porque obra de titanes fue la construcción del Ecuador moderno emprendida por los liberales de la revolución del 95. Con frecuencia recordaba la preferencia que sentía su abuelo para que él le leyera los periódicos del día, o el libro que su deteriorada vista le impedía hacerlo con la profusión de antes.
En la capital concluye sus estudios primarios en la Escuela Espejo, y los secundarios en el normal Juan Montalvo. Años treinta, las ideas progresistas del liberalismo radical que envuelven el ambiente familiar, son enriquecidas en las aulas por algunos maestros que contagian en los futuros profesores con las novedosas del socialismo. Así se va configurando tempranamente la concepción filosófica y sociológica del mundo que abrazaría como guía en su vida y como método en sus escritos, siéndole fiel desde entonces porque la realidad se empecinaba en demostrarle sus certezas.
Tres años en Guayacán, recóndito poblado situado en la provincia costanera de El Oro sería su ejercicio como maestro en la única escuela del lugar, donde conoció la vida del montubio, las alegrías y tristezas del agro costeño. Fijada en la memoria la belleza de los paisajes vistos, agotados los libros que se proveía en sus visitas a la librería de Zaruma, los reiterados llamados familiares hacen que regrese a Quito en 1942.
Es cuando empieza su actividad intelectual, alimentada por su activa militancia política de tres décadas, al ingresar entonces al Partido Comunista del Ecuador, el único al cual perteneció y en el que desde la base llegó a dirigente provincial, miembro del Comité Central y del Ejecutivo, y a dirigir por diez años su semanario El Pueblo.
La capital de los años cuarenta es una sociedad en ebullición en todos los sentidos. La oposición al nefasto gobierno de Arroyo del Río, el interés con que se sigue la segunda guerra mundial, las organizaciones sociales que se forman generan un semillero de donde surgen varios de los más destacados representantes de las letras y artes ecuatorianas. La Universidad Central publica Surcos –el primer periódico de la Federación de los Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE)– donde empieza su oficio de escritor, y en el cual no desmayó nunca, en su afán de esclarecer aspectos soslayados o tendenciosamente interpretados de la historia nacional y latinoamericana. En los más de veinte artículos que allí publica entre 1943 y 1944 aborda temas de la política internacional del momento –la Unión Soviética y su lucha contra el fascismo–, problemas de la realidad nacional –la explotación de los obreros, la situación de la mujer, la organización de comités populares, el latifundio, los indígenas, el papel de las universidades–, además, crítica literaria y reseñas de libros.
Una mejor visión para lo que escribe, le da su participación directa en los acontecimientos políticos de los sectores populares a los que preferentemente dedicó sus investigaciones. Para conocer mejor la situación del indio, por ejemplo, no solo aprendió lo que al respecto dicen escritores progresistas, sino que en aquellos años de su juventud fue a vivir con ellos, alrededor de un año, entre 1946 y 1947, en la comunidad de Tigua donde ayuda a organizar una de las primeras cooperativas campesinas que se crean en el país. Las reuniones con dirigentes campesinos y obreros, con destacados dirigentes de otros partidos del pueblo, el socialista básicamente, y en algunas circunstancias incluso con personeros de otros partidos, actividad normal dentro de su militancia política, le permitieron no solo ser narrador sino también actor de lo que después convertiría en textos. La militancia política, recalcaba siempre, fue su mejor escuela para poder entender y escribir los problemas en que centró su atención de investigador social. Incluso, las largas décadas como empleado público en el Poder Judicial que, a más de sobrevivir, porque su sueldo para eso alcanzaba, le dieron un caudal de conocimientos jurídicos para la comprensión del sistema legal que se ha tejido para sustentar la injusta sociedad en que vivimos.
Hasta 1960 el campo de su labor intelectual está básicamente en el periodismo. A más de Surcos donde se inició y de El Pueblo, del cual es su director desde 1949 hasta 1960, dirige también, de 1945 al 47, el semanario Ñucanchic Allpa (Nuestra Tierra), órgano de la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI) y El Trabajador, órgano del Comité provincial de Pichincha del Partido Comunista. En los años cincuenta colabora también en el prestigioso diario El Sol que dirige Benjamín Carrión.
Por esa época inicia también su producción con obras de mayor aliento. Así, uno tras otro, con la dificultad que significa ser escritor comprometido con la otra historia, la que incomoda a las clases dominantes, se publican varios de sus trabajos que conforman su contribución a nuestras ciencias sociales:
Semblanza de José Peralta(1960)
Historia de la acción clerical en el Ecuador (desde la conquista hasta nuestros días) (1963)
Del crimen de El Ejido a la revolución del 9 de Julio de 1925 (1969)
Las luchas indígenas en el Ecuador (1971)
Dolores Cacuango y las luchas campesinas de Cayambe (1975)
La oposición del clero a la independencia americana (1975)
En la tertulia familiar contaba cómo fue posible publicar uno de sus libros que más trascendió en la formación de los futuros estudiosos de la realidad ecuatoriana, Historia de la acción clerical en el Ecuador, que prácticamente se convirtió en texto de historia nacional en algunos colegios y universidades, porque era el único de la nueva interpretación que existía, hasta que en 1975, gracias al esfuerzo mancomunado de varios prestigiosos intelectuales, apareció Ecuador: pasado y presente preludiando el inusitado auge de la investigación de nuestra sociedad que se ha producido en las décadas siguientes. El mayor empeño puso su entrañable camarada Luisa Gómez de la Torre, incansable revolucionaria en la organización del movimiento indígena y obrero, con iguales arrestos en la labor de propaganda, porque así entendía la función del libro que se propuso vea la luz. Personalmente recolectó fondos de todos los que había calificado como seguros colaboradores, entre ellos ilustres personajes de la tendencia de izquierda como Benjamín Carrión, quien puso la cuota individual más alta, o el maestro Guayasamín que puso lo que mejor sabía hacer: una cruz roja en la portada, con sus inconfundibles pinceladas de denuncia y de protesta. Luego la siguiente dificultad, su difusión, en plena dictadura militar –para recuperar la inversión y devolver su parte a cada uno de los contribuyentes– entre ellos Jaime Galarza Zavala, otro camarada y entrañable amigo, vendiendo el libro por todo el país junto a otros nombres que guardaba con cariño en su memoria.
Cuando en 1982 concluye con su tedioso trabajo de empleado en el sector público, y al fin se jubila, notablemente se incrementa su producción intelectual. Estos los libros que logra publicar hasta sus últimos días:
Breve historia del movimiento obrero ecuatoriano(1983)
El pensamiento avanzado de la emancipación: las ideas del prócer Luis Fernando Vivero(1987)
Montalvo, ideología y pensamiento político (1988)
El caudillo indígena Alejo Saes (1988)
Ecuador: Luces y sombras del liberalismo (1989)
Bolívar: visión crítica (1990)
Eugenio Espejo (1997)
José Peralta, periodista (2000)
El 15 de Noviembre de 1922 (2000)
También publica en coautoría importantes trabajos. En el libro El 28 de Mayo y la fundación de la CTE (1984), el capítulo titulado “Antecedentes y fundación de la CTE”, En La historia Ecuador: ensayos de interpretación (1985), “Por una interpretación marxista de la Historia Ecuatoriana” y en Los comunistas en la historia nacional (1987), Jesús Gualavisí y las luchas indígenas en el Ecuador”.
Varias obras suyas han sido publicadas póstumamente:
Las compañías extranjeras en el Ecuador(2001), homenaje de la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Central del Ecuador a los pocos meses de su deceso.
Páginas de la historia ecuatoriana (2007), dos voluminosos tomos publicados por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Actuación de próceres y seudopróceres en la Revolución del 10 de Agosto de 1809 (2009), publicado por la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador con motivo del bicentenario de la Independencia.
Ideario y acción de cinco insurgentes (Espejo, Mejía, Joaquín Chiriboga, Marcos Alfaro, Manuel Cornejo Cevallos) (2012) publicado también por la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
La influencia del marxismo y de la revolución de Octubre en los intelectuales del Ecuador (2018), con motivo del centenario de la revolución rusa.
Juan Honorato Peralta, pionero del socialismo en el Ecuador (2020), versión digital.
Ecuador: Bicentenario de la Independencia (2023), publicado por el Instituto de Patrimonio Municipal de la alcaldía de Quito.
Caudillos indígenas (2024).
A todo lo anterior habría que sumar una gran cantidad de artículos aparecidos en revistas del país. En Bandera Roja (Órgano del Partido Comunista del Ecuador): “Las comunidades indígenas y la Reforma Agraria” (1961), “Sobre algunos aspectos del problema indígena” (1982), “El ocaso del fulgor Revolucionario” (1983). En Anales de la Universidad Central: “Cuba y el Ecuador” (1982), “Vínculos históricos entre el Ecuador y Nicaragua” (1985), “Bolívar y el problema de la tierra” (1988). En la Revista de Ciencias Sociales de la Escuela de Sociología de la Universidad Central: “Joaquín Chiriboga, un demócrata olvidado” (1982), “Eloy Alfaro, figura máxima de la historia ecuatoriana” (1984), “El latifundio costeño” (2008). En Museo Histórico del Municipio de Quito: “Bolívar, defensor máximo de la soberanía latinoamericana” (1983). En la revista Cuadernos: “Sobre algunos aspectos del problema indígena” (1984). En la Revista Ecuatoriana de Pensamiento Marxista: “Mariátegui en el Ecuador” (1989), “Acerca de las diversas interpretaciones y orientaciones sociopolíticas en torno a las soluciones de los problemas étnicos y nacional en el Ecuador” (1989). En Espacios: Ambrosio Laso, el dirigente indígena” y “José Mejía Lequerica y la construcción del pensamiento democrático” (1993). En Historia y Espacio: “García Moreno: un falso constructor del Estado nacional” (2003).
La característica de sus trabajos es una visión diferente de la que, sin desmerecer esfuerzos anteriores, seguramente es pionero en el país: la interpretación marxista de la historia ecuatoriana. Así su enfoque, eminentemente sociológico, rompe con la tradición liberal, tradicional o conservadora de resaltar hechos unilateralmente privilegiados, ciertos personajes o fechas, para empezar a reconstruir una historia viva en la que el pueblo es su actor y protagonista más importante: los indios en su condición de conciertos o mitayos, o como rebeldes ante el cúmulo de injusticias que ha sido el comportamiento de las clases explotadoras en los últimos cinco siglos en nuestra patria; los trabajadores, obreros, artesanos, etc., en su organización gremial, sindical o política, en su lucha por arrancar reivindicaciones que dignifiquen su existencia; la mujer y su abnegada lucha por ganarse el espacio que le corresponde en una sociedad con taras de las que todavía no logra desprenderse.
Las revoluciones y movimientos populares más relevantes que han tenido lugar en el país es otra parte fundamental de su legado intelectual. Y junto a ello, el rescate de aquellos compatriotas que difícilmente encuentran lugar en las historias oficiales, porque temen que al conocer su pensamiento el pueblo siga su ejemplo: ahí están en sus escritos, los dirigentes indígenas que pusieron las bases de ese respetable movimiento social que es el de nuestros días: Rumiñahui, Jumandi, Lorenza Avemañay, Cecilio Taday, Francisco Sigla, Daquilema, Guamán y Saes, Puma de Vivar, Jesús Gualavisí, Ambrosio Laso, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña, todos de pie, organizando a su pueblo, indicando el camino correcto, del que a ratos parecen desviarse algunos de los dirigentes que hoy los han reemplazado. Igual, el movimiento obrero con sus jornadas de luchas trascendentales. O los más altos valores de la intelectualidad progresista del ser ecuatoriano: Espejo, Mejía, Vivero, Montalvo, Joaquín Chiriboga, Vargas Torres, Alfaro, Peralta y tantos más.
Rompiendo tabúes, incursionó en campos vedados para cierta historiografía que guarda reverencial silencio en problemas como la actuación de la Iglesia en la historia ecuatoriana, o de las empresas extranjeras y su nefasta presencia en el Ecuador.
Por su extensa producción intelectual mereció algunos reconocimientos. En 1990 su Bolívar ganó el premio Mejía del Municipio de Quito en Historia, Más tarde, con motivo del centenario de la revolución liberal, el Consejo Provincial de Pichincha le extendió la orden Rumiñahui por su contribución al análisis de ese magno acontecimiento y por su compilación de las inéditas Cartas del General Eloy Alfaro, voluminoso libro publicado por la misma institución en 1995. Y, por último, la Universidad Central del Ecuador premió su labor de más de cincuenta años de producción para las ciencias sociales ecuatorianas, otorgándole en julio del 2000 el Doctorado Honoris Causa. La más prestigiosa universidad ecuatoriana le graduaba de doctor a sus ochenta años. El Ministerio de Educación y Cultura, en septiembre del mismo año le otorgó la Condecoración al Mérito de Primera Clase, y la Casa de la Cultura Ecuatoriana le incorporó como miembro honorario de su Departamento de Historia.
Siempre se mantuvo optimista en que la redención del ser humano es su único destino, y convencido de que el socialismo por más reveses o reflujos tenga –al fin y al cabo procesos dialécticos de la historia– será más temprano o más tarde el camino de la racionalidad recuperada. Por eso produjo casi hasta el final, hasta cuando la enfermedad le arrebató su energía, porque pensaba que los temas y problemas que se deben esclarecer, sobre los que en su criterio no se ha dicho suficientemente la verdad, o no se ha dicho nada, eran varios y los tenía anotados en un cuaderno como para recordar cuánto le faltaba escribir. Esa la tarea que se impuso, fiel a su convicción de que la historia de una sociedad se escribe porque tiene una justificación: conocerla en sus procesos pasados, relacionarlos con el presente, para no equivocar rumbos en el futuro.
El 27 de noviembre del 2000, con su conciencia tranquila, en paz consigo mismo por haber sido útil al país cuya historia escribió y su problemática social desentrañó en lo que le fue posible, rindió tributo a la muerte, pero para seguir viviendo en sus obras.
