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Trotskismo

Juan Dal Maso

El trotskismo tiene en América Latina una historia específica, que combina construcción de organizaciones políticas y participación en eventos de la lucha de clases, intervenciones teóricas e iniciativas ideológicas y culturales. Vinculada con la historia de la Oposición de Izquierda animada por León Trotsky –en la Unión Soviética primero y desde el exilio después– y de la posterior fundación de la IV Internacional en 1938 y sus derivas, esta corriente compone en América Latina un mosaico complejo, que da cuenta de la riqueza de esta tradición como tal, así como de la del marxismo latinoamericano, del que también forma parte en un cruce de tradiciones. Los primeros grupos, generalmente fracciones de los PC oficiales, surgieron desde fines de la década de 1920 en Cuba, Chile y Brasil.

El desarrollo de las organizaciones fue difícil, en un contexto de persecución, tanto del estalinismo como de las derechas nacionalistas. El informe presentado a la conferencia de fundación de la IV Internacional el 3 de septiembre de 1938 hacía referencia a los grupos latinoamericanos adherentes: Chile, Cuba (ambas organizaciones de cien militantes), Brasil (cincuenta militantes), México (25 militantes) así como Argentina, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela (sin números de militantes). En esa conferencia, participó personalmente Mario Pedrosa, dirigente de la LCI de Brasil. Desde los años ‘40 del siglo XX hubo núcleos en Colombia, Costa Rica, Panamá y Perú.

Uno de los eventos fundacionales destacados de esta corriente tiene lugar en Brasil. Se trata de la “Batalla de Praça da Sé” el 7 de octubre de 1934, en la que una alianza de anarquistas, militantes del PC y de la LCI (trotskista) derrotó a los fascistas en un enfrentamiento armado. En Cuba, la OCC (Oposición Comunista de Cuba), surgida en 1932, con peso en ferroviarios y azucareros, jugó un rol destacado en la huelga general de 1933 contra Machado. Luego de un proceso de fragmentación, jugó un rol importante también en la huelga de Santiago de Cuba en 1957, luego del asesinato de Frank Pais, siendo posteriormente perseguidos por el gobierno encabezado por Fidel Castro (el Che Guevara primero apoyó las persecuciones y luego intercedió para que los dirigentes del POR T fueran liberados de la cárcel). En Bolivia, el trotskismo tuvo una influencia particular, logrando incluso incidir en la tradición del proletariado minero, de lo que es testimonio el texto de las Tesis de Pulacayo (1946) redactadas por Guillermo Lora, dirigente del POR, aunque la intervención de ese partido en el proceso de la revolución fue puesta en discusión en el movimiento trotskista de la segunda posguerra. En Cuba, el Partido Obrero Revolucionario (POR) llegó a tener peso en el movimiento ferroviario de Guantánamo hasta la revolución de 1959. En Perú, Hugo Blanco (integrante del POR peruano) fue el principal dirigente de la sublevación campesina de 1961, protagonista de luchas guerrilleras durante 1962 y apresado en 1963; condenado a muerte, luego se logró la conmutación de su pena y posterior exilio en México. En Argentina, uno de los países con mayor continuidad de la tradición trotskista en nuestro subcontinente, uno de los primeros grupos trotskistas fue el GOR, fundado por Mateo Fossa (dirigente de la huelga de la construcción devenida huelga metropolitana de 1935-36) y Liborio Justo. En los años ‘40 se funda el GOM, liderado por Nahuel Moreno, que tendrá una larga tradición de militancia en las décadas siguientes. Es uno de los países de la región con más experiencias de construcción de organizaciones, militancia en el movimiento obrero y desarrollo de partidos, como el PST, PO, MAS, PTS (que surge como ruptura del MAS) y otros, contando desde los años ‘70 hasta la actualidad.

Una peculiaridad que tiene esta tradición es que –aunque no surgiera en América Latina– su propio fundador vivió los últimos años de su vida en suelo latinoamericano. El exilio de Trotsky en México desde 1937, donde fue asesinado por el estalinismo en 1940, constituye un capítulo importante de su vida y trayectoria política, coincidiendo con los preparativos para la fundación de la IV Internacional, así como con las elaboraciones de posicionamientos teóricos y programáticos en los orígenes de la Segunda Guerra Mundial. Trotsky tuvo oportunidad, asimismo, de tomar conocimiento de la realidad latinoamericana de primera mano, analizando uno de los fenómenos que más gravitación iba a tener en nuestro subcontinente entre los años ‘40 y ‘70 del siglo XX: los nacionalismos con base en el movimiento obrero y de masas. A partir del caso del gobierno de Lázaro Cárdenas, Trotsky elaborará una reflexión sobre las relaciones entre las clases, el Estado y el imperialismo en América Latina, que se puede resumir en la conceptualización sobre los llamados “bonapartismos sui generis”.

Al mismo tiempo, Trotsky construyó lo que podríamos denominar una “hipótesis ad hoc” para comprender las condiciones de operatividad de la teoría de la revolución permanente (con la que se identifica la tradición en cuestión) en la realidad específica mexicana y latinoamericana de fines de los años ‘30 y comienzos de los ‘40. Esta hipótesis consistía en el señalamiento de que, tal como estaban planteadas las relaciones de fuerzas entre la clase obrera, el campesinado, la burguesía nacional y el imperialismo, en el contexto de las expropiaciones petroleras de Cárdenas, el movimiento obrero participaba del movimiento antimperialista y por la democratización de las relaciones agrarias, pero no podía lograr un rol hegemónico sin tomar esas demandas, compitiendo con la burguesía nacional por la dirección del campesinado. Esto implicaba que no se podía interpretar la teoría de la revolución permanente como una negación de las tareas nacionales y democráticas de la revolución contraponiéndolas con las socialistas, al mismo tiempo, que –desde el punto de la táctica– era necesario establecer una posición independiente respecto del gobierno de Cárdenas, pero no agitar consignas como “Abajo Cárdenas”. Simultáneamente con estos debates, Trotsky elaboró polémicas con Haya de la Torre y el APRA (en ese momento, volcados a una política de alianza democrática con el imperialismo norteamericano) así como sobre la importancia de la lucha antimperialista tanto contra los imperialismos fascistas como los “democráticos”.

Otra cuestión importante sobre la que Trotsky trabajó tomando en cuenta la realidad latinoamericana fue la de la estatización sindical. Las relaciones de Cárdenas con el movimiento obrero y particularmente con las organizaciones sindicales le sirve de impulso para generalizar sus análisis sobre la relación entre los sindicatos y el Estado en la época del imperialismo, a través de uno de sus últimos escritos, dedicado a este tema. En síntesis, se da la situación particular en que el propio fundador de la corriente en cuestión no solo participa de la “traducción” de algunas de sus ideas a la realidad latinoamericana, sino que también se inspira en esta para realizar elaboraciones sobre la realidad local e internacional.

Se podría pensar que estas elaboraciones establecen un programa de trabajo que luego será retomado por intelectuales de la tradición, especialmente por Manuel Aguilar Mora en sus trabajos sobre el bonapartismo mexicano, pero también otras elaboraciones como las de Milcíades Peña y Nahuel Moreno frente al peronismo en la Argentina.

Esta tradición estuvo también presente en el debate ideológico y de la intelectualidad, por vías diversas. Una de ellas es la de la publicación de revistas. Se trata de publicaciones teórico-políticas partidistas (como la revista Clave en México a fines de los años ‘30), revistas literarias y culturales, como Babel –revista que salía en Argentina y Chile, animada por Samuel Glusberg–, Estrategia para la liberación nacional –impulsada por la corriente de Nahuel Moreno en la segunda mitad de la década de 1950, con la participación de prestigiosos intelectuales de otras tradiciones como Carlos Astrada y Rodolfo Puiggrós– y Fichas de Investigación económica y social, de Milcíades Peña –quien también formaba parte de Estrategia y de la corriente de Nahuel Moreno durante los años ‘50–.

El ya nombrado Glusberg (también conocido como Enrique Espinoza), amigo personal de Mariátegui, es un ejemplo de los vínculos entre la tradición trotskista y la actividad artística en nuestro subcontinente. A ello podemos sumar que Diego Rivera colaboró con la corriente en el marco del exilio mexicano de Trotsky, así como Mario Pedrosa fue un destacado crítico de arte, y existen escritores vinculados a la tradición con obras prolíficas, como el caso del poeta argentino Luis Franco.

Mediante publicaciones como las mencionadas, libros y documentos internos de las organizaciones, el trotskismo buscó reflexionar tanto sobre cuáles eran las fuerzas motrices y la mecánica de la revolución en América Latina, es decir, su especificidad, así como sobre su relación con la revolución internacional, postulando la necesidad de una revolución proletaria que llevara adelante las tareas democráticas y antimperialistas en alianza con el campesinado y en ruptura con la burguesía nacional, mediante el establecimiento de un gobierno obrero-campesino que iniciase la transición al socialismo.

En ese marco se inscriben también diversos aportes a la comprensión de la historia latinoamericana, centrados en la relación entre colonización y proceso de constitución del sistema capitalista a nivel mundial, la caracterización de la formación económico-social y modos de producción bajo el sistema colonial, los debates sobre la caracterización del imperio incaico. Aquí se destacan especialmente los trabajos de Milcíades Peña y Luis Vitale. Milcíades Peña debatió contra la tesis estalinista de la “colonización feudal”, señalando la relación estrecha entre el proceso de colonización de América y el desarrollo del capitalismo a nivel mundial, contraponiéndole la categoría de “capitalismo colonial”. Sin embargo, otro autor también de la tradición como Liborio Justo cuestionaba esta formulación, destacando que –conforme las elaboraciones de Marx en El capital– el capitalismo existe allí solamente donde hay un “ejército de trabajadores libres”, cuestión inexistente en la colonia. Liborio Justo, por su parte, caracterizó el Imperio incaico como una variante del “modo de producción asiático. Luis Vitale acuño la categoría de “modo de producción comunal-tributario” para el Tahuantinsuyo, elaboró una densa Historia social comparada de los pueblos de América Latina, así como reflexionó sobre las implicaciones de la teoría del desarrollo desigual y combinado, proponiendo un enriquecimiento de esta en términos de desarrollo desigual y combinado, multilineal y específico diferenciado. Se destaca también, en este plano, el trabajo de Adolfo Gilly sobre la Revolución mexicana, titulado La revolución interrumpida.

En la actualidad, cabe destacar la continuidad militante de la tradición en cuestión, mediante la permanencia de diversos agrupamientos, tanto a escala nacional como internacional. En este contexto, podemos mencionar la experiencia del Frente de Izquierda y de los Trabajadores - Unidad, de la Argentina, integrado por las principales fuerzas identificadas con el trotskismo en el país, con presencia en diversos sectores de la clase trabajadora como la industria de la alimentación, docentes, Salud, fábricas recuperadas, así como en el movimiento estudiantil y el feminista. Pero también la presencia de organizaciones trotskistas en países como Chile, Brasil y México, entre otros.

Por último, se puede mencionar como el trabajo de traducción, publicación y promoción del debate marxista, en el que se destaca particularmente la casa editorial Ediciones IPS de Argentina, junto con el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky, que desarrolla desde hace años –junto con la Casa-Museo León Trotsky de México (cuyo director fue Esteban Volkov, nieto de Trotsky fallecido en 2023), que busca contribuir a la continuidad de su legado– la publicación de las Obras Escogidas de León Trotsky, así como diversas compilaciones temáticas, al mismo tiempo que contiene en su catálogo otras colecciones como “Ecología y Marxismo” y “Debates marxistas contemporáneos”, en las que se incluyen obras de autores vinculados a la militancia trotskista tanto como provenientes de otras tradiciones.

 

Referencias

Coggiola, O. (1985): El trotskismo en la Argentina (1929-1960), Bs. As., Centro Editor de América Latina.

Gilly, A. (1994): La revolución interrumpida, México DF, Ed. Era.

Justo, L. (2007): Bolivia: la revolución derrotada, Bs. As., Ediciones RyR.

Rojo, A. (2012): “Los orígenes del trotskismo argentino: de los años 30 al surgimiento del peronismo. Elaboraciones teórico-políticas y vínculos con la clase obrera”, Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, (1), 103-125. https://doi.org/10.46688/ahmoi.n1.6.

Tarcus, H. (1996): Silvio Frondizi y Milcíades Peña: El marxismo olvidado en la Argentina, Bs. As., El Cielo por Asalto.

Trotsky, L. (2007): Escritos latinoamericanos, Bs. As., Ediciones IPS.

Trotsky, L. (2017): El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional (Anexo de documentos en CD), Bs. As., Ediciones IPS.

Vitale, L. (1997): Historia social comparada de los pueblos de América Latina, Tomo I. Instituto de Investigación de Movimientos Sociales, Santiago de Chile, I.I.MM.SS. “Pedro Vuskovic”.

Vitale, L. (2000): “Hacia el enriquecimiento de la teoría del desarrollo desigual y combinado de Trotsky”, Estrategia Internacional N.° 16, invierno (austral), disponible en https://ceip.org.ar/Hacia-el-enriquecimiento-de-lateoria-del-desarrollo-desigual-y-combinado-de-Trotsky.