Psicoanálisis
El psicoanálisis tiene un lugar bien merecido en un vocabulario de marxismo latinoamericano. Las tradiciones teórico-prácticas inauguradas por Karl Marx y por Sigmund Freud se han encontrado y anudado una y otra vez en América Latina. La región ha sido un lugar propicio para que el marxismo y el psicoanálisis confluyan en el pensamiento crítico de la región, en importantes debates intelectuales, en editoriales y revistas progresistas, en consultorios de psicoanalistas e incluso en las hogueras de libros de la dictadura argentina.
Hay varios grandes pensadores marxistas de América Latina que se han sentido atraídos por la herencia freudiana y que han sabido nutrirse de ella, desde el peruano José Carlos Mariátegui hasta el mexicano Enrique González Rojo Arthur, pasando por el colombiano Estanislao Zuleta y el venezolano Ludovico Silva, entre otros. Hay aún más psicoanalistas e intelectuales freudianos latinoamericanos que se han volcado hacia el marxismo, lo han profesado y se han guiado por él en su trabajo, entre ellos los argentinos José Bleger, Marie Langer, León Rozitchner y Néstor Braunstein, el mexicano Raúl Páramo-Ortega y el brasileño Paulo Silveira. También han aparecido recientemente influyentes autores que, sin ser marxistas freudianos, han articulado el marxismo y la teoría psicoanalítica de Jacques Lacan en su trabajo. Estos autores son los exponentes latinoamericanos de la actual izquierda lacaniana, en la que han destacado los brasileños Christian Dunker y Vladimir Safatle, así como los argentinos postmarxistas Ernesto Laclau y Jorge Alemán.
Las convergencias entre el marxismo y el psicoanálisis en Latinoamérica, lo mismo que en el resto del mundo, no son una casualidad, sino que obedecen a profundas afinidades metodológicas, teóricas, epistémicas e incluso políticas. Estas afinidades no sólo se buscan y se cultivan, sino que operan ya desde un principio, desde la fundamentación y la constitución misma de los pensamientos de Marx y Freud. Mariátegui (1930) ya notaba que “el freudismo y el marxismo, aunque los discípulos de Freud y Marx no sean todavía los más propensos a entenderlo y advertirlo, se emparentan en sus distintos dominios” (p. 283). Este parentesco los hace coincidir en puntos cruciales como el materialismo, el ateísmo, la perspectiva histórica, el espíritu antiburgués, la desconfianza hacia la conciencia, la actitud crítica, la consideración del sujeto, el papel crucial de la praxis y la efectividad subversiva y potencialmente revolucionaria.
Las coincidencias no deben hacernos olvidar las diferencias entre lo que Marx y Freud nos han legado. Mientras que el marxismo es una doctrina teórica-metodológica y práctica-estratégica para conocer, criticar y transformar la sociedad, la economía, la política, la cultura y la ideología, el psicoanálisis puede ser definido como un simple “arte liberal” enfocado a cada sujeto en su irreductible singularidad (Lacan, 2010, p. 14). Esta definición pone en evidencia el sentido abierto y polimorfo de lo definido, su carácter enigmático y sobre todo su viabilidad para desplazarse, incomodar e incidir en distintos saberes y en diversas dinámicas políticas.
El psicoanálisis no deja de incursionar en el terreno en el que se mueve el marxismo. La teoría cultural de Freud (1913) explica el origen de la civilización humana por la transición violenta de una horda primordial a un patriarcado generalizado, pero pasando por una fase generalmente olvidada, la de un efímero matriarcado igualitario como el de la hipótesis marxiana-engelsiana del origen de la familia. El concepto marxista de una lógica de explotación, dominación y lucha de clases tiene su correlato en la representación freudiana de la sociedad atravesada por el poder, habitada por el conflicto y basada en el sacrificio de las pulsiones y de las mayorías refractarias a la cultura (Freud, 1921; 1929). Estas concepciones antropológicas y sociológicas de Freud serán conocidas, transmitidas y discutidas por los difusores del psicoanálisis en Latinoamérica, entre ellos varios marxistas como los ya mencionados Langer, Rozitchner y Páramo-Ortega. El último autor empleará incluso las mismas concepciones freudianas para pensar en la particularidad latinoamericana de la subjetivación y de la recepción del psicoanálisis (Páramo-Ortega, 2006, 2023).
La herencia europea freudiana tuvo en Latinoamérica una acogida mejor que en Asia y África, lo que puede explicarse por la duración, la profundidad y el éxito de la colonización, pero también por el mestizaje cultural y sus efectos desgarradores en la subjetividad (Pavón-Cuéllar, 2024). Tal vez otro factor favorable al psicoanálisis en América Latina estribara en sus extrañas coincidencias con los saberes ancestrales del continente. A veces las coincidencias son no sólo con la perspectiva freudiana, sino con la marxista, como es el caso de la continuidad monista entre el alma y el cuerpo, el reconocimiento de la constitución exterior del sujeto, la idea no psicológica ni individualista de la subjetividad, la importancia de la escucha y la confianza en la eficacia simbólica de la palabra (Pavón-Cuéllar, 2021).
Quizás incluso podamos representarnos el psicoanálisis como un chamanismo sui generis. Lo seguro es que resulta inocente reducirlo a una mera práctica terapéutica. Su operación dialéctica, reforzada en el contexto latinoamericano y especialmente en su cruce con el marxismo, genera cierta incomodidad en el discurso de la ciencia, ya que eleva el estatuto de la economía de los placeres y las pasiones al nivel de los procesos políticos. Esta politización desafía los discursos universalistas dominantes de la modernidad europea que se mantienen aferrados a la cientificidad y que por ello segregan las mitologías colonizadas. Ante la exaltación colonial de la racionalidad científica de su tiempo, tal vez no sea casual que Freud revalorizara tanto lo irracional como lo irreductible a la ciencia de su tiempo, incluyendo tabúes, tótems, rituales y otras peripecias culturales.
El arribo del psicoanálisis al continente americano pasó por dos vicisitudes primordiales. Una, la oficial, fue la visita de Freud en 1909 a una institución estadounidense, la Universidad Clark, para dictar unas conferencias que dispersaron el tufo viral psicoanalítico en el núcleo del capitalismo. La otra vicisitud, menos conocida y más importante, fue la difusión de los textos de Freud entre médicos, filósofos e intelectuales no sólo en Estados Unidos, sino en América Latina. Esta difusión, de corte cultural-político y no sólo científico-académico, es la que debe considerarse al reconstruir una historia latinoamericana del psicoanálisis, una historia que es relativamente independiente de la estadounidense.
A diferencia del lánguido camino de la herencia freudiana en el norte del continente, la recepción latinoamericana de la praxis psicoanalítica se forjó desde un principio en espacios intelectuales imprevisibles, heterogéneos, bastante libres y a veces francamente disidentes y contrahegemónicos. Estos espacios no estaban rígidamente regulados por las disposiciones médicas y psicológicas de corte positivista que dominaban en las instituciones hospitalarias y universitarias por las que ingresó el psicoanálisis en Estados Unidos. Entendemos entonces que no hubiera en Latinoamérica un proceso global sistemático de profesionalización, academización, medicalización, psicologización y domesticación del psicoanálisis como el que inmunizó a los estadounidenses contra la peste que Freud había querido transmitirles (Jacoby, 1983).
Son los latinoamericanos quienes se dejaron infectar por la versión más virulenta de la peste psicoanalítica. La historia de la introducción, expansión y transformación del pensamiento freudiano en América Latina se ha descrito de múltiples formas parciales y contradictorias. Una de ellas nos dice que Freud comenzó a discutirse en ámbitos intelectuales de la región gracias al alcance de las traducciones y artículos del ya mencionado Mariátegui y del español José Ortega y Gasset (Gallo, 2013). En la misma versión de la historia, descubrimos en el México de los años 1920 al literato Salvador Novo echando mano del psicoanálisis para comprender su propia homosexualidad. Otra historia del caso mexicano consigue remontarse más atrás y llegar hasta el fascinante caso del filósofo tuberculoso José Torres Orozco (Páramo-Ortega, 2023). Sin embargo, antes de Torres Orozco, hubo en el mismo territorio mexicano dos freudianos que también fueron lectores y seguidores de Marx: el revolucionario letón menchevique David Pablo Boder, uno de los primeros traductores de Freud al español, y el cubano Eduardo Urzaiz Rodríguez, precursor del programa freudomarxista de liberación sexual en el contexto del socialismo yucateco de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto. Poco después, ya en los años 1930, el historiador mexicano Alfonso Teja Zabre combinará el marxismo y el psicoanálisis en su comprensión de la ideología.
La adopción y la difusión temprana de Freud por los marxistas y socialistas de la primera mitad del siglo XX no es algo que haya ocurrido sólo en México. En Perú, además del famoso caso de Mariátegui, hay que referirse al poeta surrealista Xavier Abril, quien “se proclamaba a la vez marxista y freudiano”, mientras que más al sur, otros intelectuales de América Latina, como el chileno Juan Marín o los argentinos Elías Piterbarg y Emilio Pizarro Crespo, buscaron también “combinar” las herencias de Marx y Freud (Plotkin y Ruperthuz, 2017, p. 52). En estos primeros tiempos, ante la cerrazón de la oficialidad científica y académica, la vinculación latinoamericana del marxismo con el psicoanálisis ocurrió sobre todo en los márgenes de la ciencia y la academia, en ámbitos intelectuales y literarios, en las vanguardias artísticas y en las trincheras de la izquierda radical antifascista. El freudomarxismo de aquel tiempo se caracterizó en América Latina por lecturas inquietantes y por intuiciones originales, así como también por aperturas contingentes a la indagatoria en el medio político.
Un momento crucial de la relación entre marxismo y psicoanálisis en América Latina fue la estancia de Erich Fromm en México entre 1949 y 1979. Después de haber pertenecido a la Escuela de Frankfurt, Fromm había pasado por la corriente culturalista estadounidense y había terminado por desarrollar su propio humanismo normativo, pero nunca abandonó la idea de “fusionar la teoría marxista con el psicoanálisis” (Capetillo, 2012, pp. 39-40). Esta fusión terminará concretándose en una propuesta marxista humanista (Fromm, 1962) que será complementaria de su empleo selectivo del psicoanálisis para la crítica de la degradación de la humanidad en la sociedad capitalista industrial avanzada (Fromm, 1964).
Fromm criticó a Freud por su visión burguesa del ser humano. Esta crítica se volverá cada vez más frecuente y dará lugar a un rechazo de la herencia freudiana por muchos marxistas latinoamericanos. Una de las detractoras más vehementes del psicoanálisis en Brasil fue la célebre Iara Iavelberg, quien antes de ser asesinada en 1971, enseñó psicología en la Universidad de São Paulo y militó en el movimiento armado clandestino revolucionario. Las peores sospechas de la izquierda radical se confirmaron, de hecho, ante casos como el del brasileño Amílcar Lobo Moreira, psicoanalista y torturador al servicio de la dictadura (Besserman, 1998).
Aunque hubiera ciertamente freudianos conservadores y antimarxistas, el marxismo no dejó de recurrir al psicoanálisis en América Latina. Hubo marxistas latinoamericanos que insistieron en lo útil que podía ser el enfoque psicoanalítico para el marxismo. Uno de ellos fue Ludovico Silva (1971), quien recurrió a los conceptos freudianos para ampliar y profundizar la investigación de lo que el mismo describía como “zonas imprecisas” para el marxismo, tales como la “conciencia”, la “falsa conciencia” y el “proceso inconsciente” subyacente a las configuraciones ideológicas (p. 73). La crítica marxista-freudiana de la ideología, tal como fue delineada por el venezolano Silva y antes de él por el mexicano Teja Zabre, es un buen ejemplo concreto de implementación práctica del método marxista vinculado con el freudiano.
Desde mediados del siglo XX, el vínculo entre marxismo y psicoanálisis adquirió cada vez más influencia en la profesión y en la academia, y alcanzó una suerte de apogeo en Argentina en el periodo que va del golpe militar de 1966 al de 1976, pasando por el Cordobazo, las demás puebladas y la apertura democrática del tercer peronismo. Fue la época de movimientos revolucionarios como Plataforma y Documento, que politizaron el ambiente psicoanalítico y se orientaron hacia el marxismo con pensadores de la talla de Marie Langer, Armando Bauleo y Fernando Ulloa, entre muchos otros. La reacción conservadora no se hizo esperar. Las fuerzas policiales, militares y paramilitares de ultraderecha, especialmente la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), persiguieron sistemáticamente a los marxistas freudianos y a veces a psicoanalistas apolíticos, designándolos a todos como “psicobolches”. Muchos de ellos debieron exiliarse, a veces a países latinoamericanos, particularmente México.
Aunque fuera hospitalario para los marxistas perseguidos en otros países, el gobierno mexicano también mostró a veces hostilidad hacia el marxismo y el pensamiento crítico en general, incluyendo el articulado con el psicoanálisis. Por ejemplo, el famoso filósofo frankfurtiano Herbert Marcuse, uno de los más conocidos por la sensibilidad marxista con la que leyó a Freud, fue definido como “filósofo de la destrucción” por el presidente conservador y represivo Gustavo Díaz Ordaz (Braun, 1988). Considerando todo lo que Díaz Ordaz representa, su afirmación puede interpretarse como una confirmación de la potencialidad crítica, subversiva y revolucionaria del pensamiento de Marcuse y de la forma en que “recoge lo más profundo del marxismo” y lo “aplica” al psicoanálisis, en los términos del chileno Carlos Pérez Soto (2009, p. 177). No está de más recordar que Marcuse había visitado México en 1966 y que fue un referente del movimiento estudiantil mexicano de 1968 que sufrió la más brutal represión por parte del régimen de Díaz Ordaz.
Entre los psicoanalistas marxistas que llegaron a México en proveniencia de Argentina, Marie Langer merece una mención especial no sólo por la calidad e importancia de su obra, sino por su radicalidad política y su compromiso militante que la llevó a un exilio permanente. Langer nació en Viena y participó en la Guerra Civil española para luego nacionalizarse latinoamericana. Se exilió primero en Uruguay, luego en Argentina y finalmente en México, además de apoyar el proceso revolucionario sandinista nicaragüense, colaborar con el régimen socialista cubano e impulsar los Encuentros Mexicano-Cubanos de Psicoanálisis y Psicología Marxista que se realizaron de 1986 a 1998 en La Habana.
Participando en el movimiento Plataforma, Langer (1971) terminó renunciando a la Asociación Internacional de Psicoanálisis para tener derecho a elegir la revolución y no sólo el psicoanálisis. La psicoanalista revolucionaria defendió la “complementariedad” entre Freud y Marx, puesto que “el marxismo define al hombre abstracto, exponente de su clase en determinado momento histórico y determinada sociedad”, mientras que “el psicoanálisis toma como objeto de investigación al hombre concreto, regido por su propia historia” (Langer, 1989, p. 71). El trabajo de Langer fue decisivo no sólo por su integración de la perspectiva freudiana con la marxista, sino por su consideración del género, su proximidad a la realidad latinoamericana y su práctica militante antiimperialista.
En contraste con la opción de Langer por la práctica y la militancia política, tendremos encuentros del psicoanálisis con el marxismo en los que predomina la reflexión teórica y epistemológica. Uno de ellos es el del argentino José Bleger, seguidor de Georges Politzer, quien se vale del materialismo dialéctico y de la crítica politzeriana de la psicología para fundar un “estudio epistemológico” del psicoanálisis en el que examina “la estructura íntima con la que se elabora la teoría y se describen y denominan los hechos” (Bleger, 1958, p. 21). Esta estructura es epistémica, pero también ideológica, pudiendo ser objeto entonces de una crítica marxista de la ideología. No hay aquí un esfuerzo precipitado para integrar el marxismo y el psicoanálisis, pues Bleger (1971) comprende que “el marxismo puede compararse, concordar u oponerse, contradecirse o integrarse, solamente con otra concepción del mundo y, en este caso, solo con la ideología en la que se sustenta y con la que se construye el psicoanálisis” (p. 25).
Tras el enfoque politzeriano de Bleger, la vinculación teórica entre Marx y Freud será privilegiada por seguidores latinoamericanos de Louis Althusser, algunos de ellos posteriormente asociados con la propuesta psicoanalítica de Jacques Lacan. El más conocido introductor de Lacan en América Latina, el argentino Oscar Masotta (1969), fue también estudioso de Althusser, lector de Jean-Joseph Goux y pionero en el establecimiento de una homología entre marxismo y psicoanálisis. Otro influyente marxista althusseriano y pionero de la corriente lacaniana fue Néstor Braunstein, quien se dio a conocer con otros colegas por su crítica de la psicología como ideología (Braunstein et al, 1975), ofreciendo en su lugar un psicoanálisis que terminó siendo el antipsicológico lacaniano (Braunstein, 1980). Este giro camino hacia Lacan es un antecedente directo de las trincheras lacanianas que ocupamos hoy en día en el frente latinoamericano del marxismo y de la izquierda en general.
Mención aparte merece otro argentino, León Rozitchner, con su oposición al “idealismo lingüístico” althusseriano-lacaniano y su propuesta alternativa de un “materialismo sensual, corpóreo e histórico” (Bosteels, 2016, p. 145). Esta propuesta de Rozitchner se ha mantenido viva y sigue constituyendo una alternativa de vinculación entre el marxismo y el psicoanálisis para quienes tienen buenas razones para distanciarse de la corriente lacaniana, la hoy dominante entre los freudianos latinoamericanos. Ocurre a menudo que Lacan inspire desconfianza entre los marxistas, especialmente desde el año 2000, cuando la reflexión política recibe la influencia abrumadora de grandes figuras de la izquierda lacaniana como Ernesto Laclau y Slavoj Žižek.
Referencias
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