Maoísmo
El maoísmo refiere al conjunto de elaboraciones teóricas y estrategias políticas sistematizadas por Mao Zedong, líder de la Revolución China, así como a la corriente política global que se reconoció en ella. Tanto durante la prolongada campaña militar que culminó con la proclamación de la República Popular China el 1 de octubre de 1949, como en su posterior rol como conductor del nuevo Estado, Mao desarrolló una prolífica producción escrita que constituye el corpus de sus aportes político-teóricos.
Los textos producidos entre las décadas de 1920 y 1950, compilados principalmente en las Obras Escogidas, abordan el análisis de la sociedad china, cuestiones militares, la vida partidaria, la descripción y análisis de acontecimientos del proceso revolucionario, y aspectos filosóficos. En términos generales, se trata de escritos relativamente breves, de prosa directa y sencilla, que recurren frecuentemente a metáforas con fines didácticos. Suele atribuirse esta característica a que la mayoría del pueblo chino era analfabeto (y el ejército que Mao dirigía tenía además una fuerte composición campesina), lo que exigía una comunicación clara y pedagógica. A partir de 1960, la producción textual se concentra predominantemente en el análisis crítico de la URSS y la polémica con el Partido Comunista de la Unión Soviética, junto con textos que refieren a la construcción del socialismo en la República Popular China, sus problemas y polémicas.
Cabe señalar que existe controversia respecto al momento en que puede hablarse propiamente de "maoísmo". Es habitual que el término se aplique al conjunto de la producción teórica de Mao o al proceso de la Revolución China en su totalidad, independientemente del período. La historiadora Julia Lovell (2019) sitúa el surgimiento de esta corriente a partir de la irradiación internacional del conocimiento sobre la experiencia china, impulsada por Red Star over China de Edgar Snow (1937). Sin embargo, es en la década de 1960, tras la ruptura sino-soviética en el seno del movimiento comunista internacional, cuando el maoísmo se constituyó como corriente política diferenciada. Solo entonces y como expresión de ese nuevo momento, comenzaron a conformarse partidos explícitamente marxistas-leninistas-maoístas o directamente maoístas.
Desde sus inicios, el atractivo de la experiencia china residió en la organización de un ejército de base campesina, la ruralidad como centro de las operaciones militares y el sostenimiento de una guerra popular prolongada hasta lograr consolidar el poder también en las ciudades. La llamada Revolución de Nueva Democracia y las primeras transformaciones revolucionarias completaban un conjunto de elementos que parecían susceptibles de ser emulados en países con formaciones económico-sociales semejantes. De ahí su impacto en dirigentes y organizaciones de Asia, África y, posteriormente, América Latina.
Conforme avanzó la construcción del socialismo chino y se profundizaron las diferencias con el PCUS, otros elementos ganaron centralidad en la identidad maoísta: la defensa de la vía armada como única estrategia verdaderamente revolucionaria y la teoría sobre la continuidad de la lucha de clases bajo el socialismo. Frente a las críticas que se formulaban a la URSS por su burocratización o economicismo, el maoísmo ofrecía un análisis donde el problema radicaba en lo que acontecía en la Unión Soviética, vinculándolo con un proceso de restauración capitalista. Esto permitía cuestionar el modelo soviético sin renegar del marxismo-leninismo. El maoísmo fue presentado así por sus adherentes como un tercer momento en la elaboración teórica marxista, heredero de una tradición comunista que habría sido traicionada. Identificarse como maoísta implicaba, desde entonces, adoptar estos presupuestos.
Como parte de dicho proceso, la República Popular China lanzó en 1966 la Revolución Cultural Proletaria. Este acontecimiento conectó con sectores que ya protagonizaban intensos debates y críticas al socialismo soviético, convirtiéndose en un momento de gran difusión del maoísmo. El rostro de Mao y diversos posters producidos durante la Revolución Cultural marcaron la estética gráfica de la época y dialogaron con procesos como el Mayo Francés de 1968. La década de 1960 encontró, además, a un notable grupo de intelectuales seducidos por la retórica maoísta, aunque no necesariamente integrados orgánicamente a algún partido.
El maoísmo en América Latina y el Caribe
Este fenómeno tuvo también su expresión en América Latina. Si bien los vínculos se iniciaron con delegaciones de viajeros en la década de 1950, es en 1960 cuando proliferan los partidos propiamente marxistas-leninistas-maoístas. El primero fue el PC do B (Partido Comunista de Brasil), surgido de una escisión del Partido Comunista Brasileño. Posteriormente se conformaron organizaciones maoístas en México, Ecuador, Chile, Perú, Bolivia, Colombia, Uruguay y Argentina, entre otros países.
Los partidos maoístas latinoamericanos compartieron elementos programáticos comunes. En lo estratégico, priorizaban la revolución armada frente a la vía parlamentaria y adoptaban el modelo de la revolución de Nueva Democracia. Las nociones de que el campesinado constituía la principal base social del ejército revolucionario y que el camino revolucionario era del campo a la ciudad fueron muy extendidas, aunque no absolutas -el caso argentino constituye posiblemente una singularidad en este aspecto, aunque resulta significativo que este país contara con cuatro organizaciones maoístas. Como parte de su análisis teórico político, incorporaban el análisis de clases que diferenciaba aliados y enemigos de la revolución en contextos de países oprimidos. En lo organizativo, enfatizaban el papel del Partido en la guerra revolucionaria, y en muchos casos ello se articulaba con el concepto de guerra popular. También involucraban principios morales según los cuales los militantes debían estar "al servicio del pueblo" y vivir como ellos. Estos partidos también compartían críticas a la URSS, caracterizándola como "socialimperialista", aunque en diversos grados y modalidades.
Existieron también múltiples organizaciones que, sin inscribirse formalmente en la corriente maoísta, incorporaron elementos selectivos de sus enseñanzas y experiencias, combinándolos con otros referentes. En el caso latinoamericano, esto se dio centralmente en articulación con la Revolución Cubana y en diálogo y disputa con corrientes nacionales propias de cada país.
Paralelo a estas experiencias organizativas, el maoísmo se irradió fuertemente entre una amplia capa de intelectuales latinoamericanos de distinto origen y trayectoria. Pablo Neruda, José Venturelli, Pablo de Rokha, Esther Chiapa Tijerina, Olga Poblete, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia y Carlos Altamirano, entre otros, constituyen ejemplos de ello. El grado de adhesión no fue uniforme: mientras que algunos fueron simpatizantes, otros participaron más orgánicamente en partidos políticos o instituciones de amistad con la República Popular China. Junto con los viajes y la experiencia directa, los emprendimientos editoriales constituyeron un elemento importante en esta circulación: colecciones y series que incluían materiales traducidos, así como librerías especializadas extendidas por el subcontinente, funcionaron como espacios de difusión y encuentro.
Las experiencias maoístas latinoamericanas, que se gestaron y desarrollaron entre las décadas de 1960 y 1970, vieron su declive hacia la década de 1980. Ese retroceso fue producto tanto de la represión ocasionada por las diversas dictaduras en la región como de la muerte de Mao Zedong en 1976 y las luchas por su sucesión y legado en la República Popular China. Sin embargo, fue precisamente en este contexto de declive cuando Sendero Luminoso hizo su aparición más pública en Perú. Dicha organización capturó la atención mediática de ese entonces y su programa y accionar fueron tomados por mucho tiempo como la expresión cabal del maoísmo en América Latina, opacando la complejidad y heterogeneidad de las experiencias anteriores. Al día de hoy, continúan existiendo en la región diversas organizaciones y partidos que se inscriben en esta corriente.
El maoísmo constituyó una de las corrientes más significativas del marxismo en la segunda mitad del siglo XX, particularmente en el denominado Tercer Mundo. En América Latina, su impacto fue heterogéneo y complejo: desde partidos que adoptaron orgánicamente sus postulados hasta organizaciones que incorporaron elementos selectivos, pasando por una amplia capa de intelectuales que dialogaron críticamente con sus propuestas. Si bien la mayoría de estas experiencias partidarias concluyeron hacia fines del siglo XX —algunas por desmovilización, otras por derrota militar o transformación política—, el maoísmo dejó marcas en las tradiciones de izquierda y la cultura de la región. Sus debates sobre la vía revolucionaria, el papel del campesinado, la crítica al reformismo y la moral militante continúan siendo referentes en discusiones contemporáneas sobre transformación social.
Referencias
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